Hay una creciente bibliografía acerca del impacto de distintos modelos de alimentación ganadera en la salud y bienestar de los animales. Señala, principalmente, que mientras más intensiva sea la alimentación, particularmente mientras más concentrados se emplean a costa de forrajes, más problemas de salud y menos bienestar tendrán las vacas. Este hecho está estrechamente relacionado con la característica rumiante de la vaca ya que la función de rumiar tiene mucho impacto en la salud de la vaca: cuando no rumia se generan problemas de salud. Cuando el alimento contiene determinados niveles de fibras la vaca rumia debidamente, niveles de fibras éstos encontrados en los forrajes. En cambio, cuando la vaca come mucho concentrado no ingiere suficiente fibra y no rumia, no funcionan de forma óptima sus defensas naturales y se enferma (también influye en la calidad de la leche, ver abajo). Como ejemplos de los problemas generados está la cetosis (problema derivado de un déficit en los aportes de carbohidratos), la torsión del cuajar, problemas de patas, la acidosis metabólica (aumento de producción de ácidos con retirada de bicarbonato de los líquidos), alteración en el ciclo de ovulación con lo que hay problemas para que la vaca salga al toro o que se quede preñada.

Por otro lado, el mero hecho de pastorear permite a las vacas moverse libremente, factor importante para su buena salud y más difícil en condiciones de estabulación permanente. La estabulación permanente incrementa los problemas de las patas, el estrés y un mayor riesgo de bajas por enfermedades infecciosas. Las vacas que pastan tienen una menor incidencia de mamitis que las vacas estabuladas.

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